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MIENTRAS RÍES


Cristina regresó junto a Héctor a la casa, terminaron la parte de la cosecha que debían hacer; en el invernadero aún quedaban asuntos pendientes, regar los girasoles, observar el crecimiento de las Dionaea muscipula, había muerto una hace tres días y era de la colección favorita de Verner, quedaban otras cuatro, había secciones acondicionadas con el clima específico de cada planta: recreaciones del clima árido, húmedo y tropical… inclusive el manzano daba frutos en primavera.

– Recuerdo que a Adela le gustaba entrar aquí, por lo menos las veces que veníamos la encontraba sentada al centro de la cúpula; era como una ninfa… – Sólo quedaba su silla.

– Sí, aunque a mí me parecía una dulce niña descubriendo un jardín. Siempre pensó que este lugar era magnífico, toda una obra de los ingenieros que trabajan para Verner, sí que son buenos… Fíjate que conciliar todas estas variaciones de temperatura, una recreación magnífica. La última adquisición de Verner es una Eustoma, sabes cómo le encantan las flores, amplias y coloridas, era algo en común que tenía con ella. – Acarició los Tulipanes.

– No me parece que lo magnifico sea la recreación de temperatura, debe ser muy sencillo para ellos, no estamos en el siglo XII… o cualquier otro; en cambio es favorable, no sólo para el Sr. Verner, decir que es una hermosa obra de recreación planetaria, sólo que a una escala menor; incluir en este espacio más de quinientos especímenes… ni siquiera debo saber la cantidad real, considerablemente más grande que la aproximación realizada para… ejemplificar – ciñó las cejas, hizo una mueca con la boca, sacó los labios un poco mientras sus ojos escudriñaban las Dionaea muscipula. – Es una suerte que tenga poder y respeto, de otra forma esta construcción sería saqueada.

– Hubiera caído por sí sola, ya tiene sus años… ¿sabes...? – un silencio entendible se extendió por unos segundos. – me agrada tu punto de vista. Siempre has… concebido ideas más críticas que nosotros dos, críticas pero no hirientes, en cualquier aspecto; claro que se que Verner tiene mucha más experiencia que tú en cualquier ámbito, sin embargo sí que muestras tus habilidades cognitivas cuando se presenta la oportunidad.

– Igual que tú. Y no intento equipararme con el Sr. Verner, sólo es cuestión de perspectivas, tú me has brindado tú punto de vista y yo he retroalimentado esta conversación con el mío.

– Jajaja, extremadamente razonable…

– Sabes mucho para ser menonita… pero aún no lo suficiente. – Esbozó una sonrisa pícara.

Avanzaron una vez más hacia la casa, con paso lento y bromeando sobre asuntos del pasado; una mujer lista criada en la ciudad, un hombre de orígenes campestres si bien educado minuciosamente, ahora ayudaban en la cosecha. Simons era un lunar genético en la piel tecnológica constituida por células de succión y transmisión, una en cada ciudad, lejos de laboratorios genéticos, de las industrias de empaquetación espacial, y de las granjas ilegales de órganos.

Verner tenía contratos con algunas empresas de alimentos, procesaban los cereales y verduras que sus camaradas y él obtenían del arduo trabajo de sus diversos trabajadores, y con tiendas de especialización en productos exóticos como el aguacate y las manzanas, cuya producción conjunta era apenas de un veintavo de lo que se obtenía del trigo.

“Nosotros te llevamos, cumple tu sueño. Pagos mensuales de $5,000.” Retumbó el comercial en el comedor, Héctor hacía cuentas en la mesa. “Dos… cuatro… seis…seis mil cuatrocientos. Veamos, el pago era de cinco, no entiendo el incremento en la cuenta…” Cerró los ojos, suspiró, cruzó los brazos, después se levantó por agua.

– ¡Hey! – Gritó Cristina, Héctor bajó el cono de vidrio.

– ¿Qué sucede?

– Ten, te aseguro que te bajará esa barriga que tienes.– Le lanzó agua embotellada.

– ¿Cómo que la…? – Un gesto confuso – ¿Qué hay de malo con beber del jarro? Míralo, agüita con sabor a barro.

– Es mejor que bebas agua purificada, no estás en posición de beber agua del pozo; acuérdate de la reunión, ¿es posible que…?

– ¿Qué cosa?

– ¿Pensabas ir así? No me hagas reír, tienes una barriga enorme, debes estar infestado de parásitos. – Hizo una elongación desde la antepenúltima palabra pronunciada. – Estás gordito; una barba inclinada, mal cortada; ojos cansados… ¿Te presentarás así? Sabes que no es sólo tú imagen. Héctor, debes actuar más saludable. – Le sonrió, sus pómulos se tornaron rosados.

– Gracias por el agua. Tomaré tu consejo. – La miró fijamente – Mi panza no está así por beber agua…

– ¡Ah! Entonces es por no tener descanso apropiado de la cosecha, y por no comer bien o por subir escaleras cargando costales durante el punto máximo del sol.

Sus palabras con tono burlón avergonzaron medianamente al hombre, sus mejillas adquirieron un tono más vivaz. Héctor sabía que lo mencionado por Cristina era congruente, veraz. Su salud había sido descuidada por un mes y medio, aproximadamente; no era época de descuidar cosas. En la ciudad escaseaban los alimentos y en Simons no había suficiente personal para llevar a cabo todas las tareas. Él ayudaba, sin embargo era una persona, con Cristina dos. “La arrastré a este lío, ella tiene un trabajo con el que cumplir; debe acatar instrucciones. Incluso con toda esa carga me ha seguido. Le debo mucho…”

El tiempo con ella transcurrió con suma rapidez, el reloj marcó las 21:14. Le ofreció acompañarla hasta Génesis, en su vieja motocicleta monocromática. Ella se negó. ¿Quién se subiría a esa monstruosa máquina? Cualquier persona que no quisiera problemas brindaría una negativa. Las cosas estaban muy revueltas y extrañas como para arriesgar su libertad y su confidencialidad con esa extravagancia.

– ¿Cómo podría convencerlo?

– Con dinero… ¡oh sí! Él haría cualquier cosa por dinero.

– ¿Cualquiera?

– ¡Seguro!

– ¿Incluso pegarse un tiro? – su mirada enfocada en el movimiento del vino tinto en la copa que sujetaba vagamente, como si quisiera que se le resbalase.

– No, por supuesto que no haría eso, entonces ya no le serviría el dinero. – Dijo en tono molesto.

– Entonces se restringe a ciertos aspectos, tú dijiste que haría cualquier cosa, lo cual resulta falso. El lenguaje es una parte indispensable para el conocimiento, entre menos errores en la lógica de los hablantes…

– Era sólo una expresión, cariño. No te lo tomes tan a pecho. – Le interrumpió.

– Lo siento, de veras lo lamento. Aunque la vez en que no debí habérmelo tomado tan a pecho fue hace una semana… O hace dos meses. Entonces no tendría a un tipo que quiere poner sus propios términos, ni a una mujer a la que alojar en mi habitación de hotel.

– ¡Cállate! No te atrevas a decir eso de nuevo, yo no te obligué a nada, ¡lo sabes! Me trajiste aquí porque te encaprichaste. – Hizo una pausa. – Mira, me ofrecí a ayudarte porque le conozco, pero eso no quería decir que fuera fácil. Se que pensará las cosas. Me llamará, lo presiento. Le pediré ayuda a mi hermano si se torna muy complicada la situación. Ellos se llevan mejor.

– Y tampoco tengo porqué soportarte. Pero mi alma es misericordiosa, y te daré otra oportunidad. Me gustas mucho.

Sintió unas contracciones. Sus hermanas se movían de un lado a otro; cerraron las cortinas para que el viento no entrara con demasiada fuerza. Las lluvias habían terminado a mediados de febrero y el rio había incrementado su caudal. Inundaciones a los alrededores. Ahora todo era normal. Un viento algo gélido podía percibirse en la noche, como un cambio contrastante respecto a la temperatura del día.

Su madre, su esposo, dos de sus tíos, y su vecino Jimmy habían muerto. ¡Oh, Jimmy! Sus mejillas y labios rosados; sus lisas pestañas largas que parecían delgadas tejas; sus ojos de azul ultramar, pulsante color iluminado por el brillo de sus lágrimas a punto de estallar. Ese delicado cuerpo vio a su madre perder la luz de la vida, y luego su cuerpo, como momificado, enterrado en una fosa común. Apartó la mirada, creyendo que al abrirlos la vería nuevamente, rebosante de alegría, como el día de su cumpleaños, cuando le dijo que le guardara un secreto, pronunciado como un susurro a su oído. “Te amo”. Cuando volvió a asomar su mirada no pudo reconocer el cuerpo de su madre.

– ¿Tú también morirás, Su?

– Sí, algún día Jimmy. Pero antes de eso, veré a mi bebé crecer.

– Los bebés son inocentes ¿verdad? Dios quiere mucho a los bebés.

– Sí, ellos son inocentes, no tienen ningún pecado. – Sonrió y le acarició su cabeza.

– Extraño a mamá… ¿Por qué murió? – Una lágrima recorrió su tersa mejilla.

Susana no tenía ese tipo de respuestas. Cursó la primaria, y un año de la secundaria, antes de que el presupuesto fuera destinado a las nuevas escuelas de la ciudad. Los derechos y las protestas habían cambiado. Ella no sabía el porqué sucedía aquella catástrofe. Ninguno tuvo el tiempo de razonar adecuadamente. Pensaban que era el frío, o que tal vez la lluvia de hace casi dos meses había traído algún mal que sólo sufrían los hombres, mujeres y niños que salieron durante su caída.

– No lo se, desconozco qué es este extraño mal que destruye nuestros anhelos. Pero todos nosotros moriremos en algún punto, si no es por una enfermedad, lo será por un accidente, o por capricho divino, tal vez por eso suceden las cosas Jimmy, podría Dios querer que cantes a su lado, tenerte en su coro, o a mi tejer para arropar a los ángeles que se encargan de cuidarnos. También debe haber alguien que los cuide.

– Su, ¿yo moriré? – Sus miradas se conectaron; pudo percibir su agonía. – Su, Su, ¿yo también voy a morirme?

Susana no pudo contestar, tomó la mano del niño. Lloró sin gemir. Y pensó en la probabilidad de que ella también moriría.

Abrió los ojos, aparto las cobijas de su cuerpo. Carmela esperaba con telas y agua caliente, era dos años menor que Susana. Dieciocho. No sabía cómo era un parto. Las ancianas que vivían todavía, le habían aconsejado colgarla a un árbol. Pronto serían las 22:00. Su prioridad era la vida de su hermana. El bebé… sobreviviría con suerte. Siete meses. Todo fue muy rápido. Ninguna hemorragia; apenas un hilo de sangre. Nuevamente cerró los ojos. Oscuridad en su interior. Se escucharon las voces de sus tres hermanos. “¡Hey! Susana… Susana… despierta”. Su pulso era bajo. Puntos de un verde fluorescente, rojo, todo lo demás negro, desfilaban en una composición de líneas alternadas, cada una en un sentido. Derecha, izquierda, derecha, izquierda. Mientras los puntos intermitentes se fundían con la oscuridad y un zumbido parecía esconderse tras ese manto. “¿Dónde le enterraremos?”, dijo una voz, la otra respondió “No podemos”. Los puntos incrementaron su velocidad. El zumbido cesó. El patrón tuvo un cambio brusco, los puntos comenzaron a moverse en círculos, en seguida aparecieron unas líneas que encerraban a los puntos. Luego ya no hubo nada.

TODO ES UNA FORMA DE ENERGÍA
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